jueves, 25 de junio de 2015

Los Amantes de Teruel

La mujer como heroína

Isabel de Segura ("Los amantes de Teruel")


Isabel muere cuando besa a su antiguo amor, Juan Diego, muerto  por un beso no concedido cuando la visita  en casa de su marido. Los esposos trasladaron el cadáver a la iglesia de S, Pedro para ser enterrado. Arrepentida,  lo besa tan fuerte, apartando la mortaja, que allí murió nuestra heroína. Esta leyenda del siglo XIII reapareció más tarde, dando paso a los “Amantes de Teruel”, recogida entre otros por Tirso de Molina y Juan Antonio Hartzbusch. Nuestro valenciano, afincado en Málaga, y amigo del padre de Picasso, Muñoz Degrain nos dejó en 1884 este magnífico cuadro romántico de “Los Amantes”. Años más tarde, 1955, el escultor Juan de Avalos labró el sepulcro de Isabel y Juan Diego en la Iglesia de S. Pedro de Teruel
Museo del Prado


miércoles, 24 de junio de 2015

Aurelie, la bella doctora


Mujeres como heroína

    Aurelie,   la bella doctora




La conocí en la cola del cine para ver gratis “The Graduate”. Enero del 1970. No era una cola cualquiera. Una fila interminable de jovencitas, todas agraciadas y muy a la moda de la época, la influencia del Flower Power ya se dejaba ver en su vestimenta, no tanto en el aquel centro de élite del Este de Estados Unidos,  donde la elegancia,  un pelín desgarbada en el atuendo,  era predominante. Me miraban como presa, creo, de  sus fantasías sexuales. Acaba de celebrarse el Woodstock 69. Ellas, guapas y ricas, empezaban a agitarse por usar su libertad, reprimida durante décadas. En aquel campus, lejos de la influencia familiar, habían bebido ya del movimiento hippie, y sus cuerpos se agitaban deseosos con la intensidad de su juventud desbordante. Yo, pobre jovenzuelo, inhiesto como un banderillero, me sentía codiciado entre tanta mujer. Mi experiencia era más bien escasa. Salía de una década, en mi país, los sesenta, en la que una mujer era una plaza medieval que conquistar. Pero, no por ello mi cuerpo, joven y pletórico de energía, no sentía el deseo de tener un cuerpo que me completara.

Acaba de aterrizar en aquel lugar, y aún no me había adaptado a una cultura diferente a la de mi país, aun anclado en el pasado macabro de su historia. Era mi segunda visita a un país anglosajón. Más o menos conocía el comportamiento de sus mujeres. Antes, me había enamorado con la intensidad de un semental  sin ser correspondido. Al final triunfaba la posición y la etnia, si no lo supiera..… Estas tribus germánicas habían evolucionado en otra dirección…

Al verme en la cola me sentía extraño. Tanta mujer sola en un fin de semana. Avanzaba la fila y, de pronto, percibí que alguien me escudriñaba. Sentí su mirada penetrante en mi espalda. Me había elegido! Me volví sin prisa y la vi, la rubita anglosajona dulce y picante a la vez que te envuelve con su mirada tierna  para lanzarte su mensaje de aprobación. Bueno, dije, vamos a ver. Y empezamos aquella misma noche…Mi apartamento vio escenas más desbordantes…pero aquella tímida rubita colmaba mi tiempo de ocio.

Poco a poco la fui conociendo. Era inteligente, sin ser lista. Su mirada azul, vaga por las lentillas que usaba, destilaba una brisa suave que atemperaba mi carácter fuerte. Venía, ya caída la tarde, después de sus clases, y se metía en mi cama sin apenas saludarme. Su entrega era modélica, aprendida por naturaleza, era auténtica. Yo, halagado por el regalo, le correspondía envolviéndola con mi tenacidad. A la mañana siguiente, ella me oía en el baño susurrar aquello de  “me casó mi madre, me casó mi madre chiquita y bonita ay ay ay chiquita y bonita ...” y ella comentaba desde la cama “what a sad song…”. Y lo era,  era un presagio que el tiempo sellaría.

Pasaron  los meses y, envueltos en nuestra pasión, llegó la hora de las capitulaciones. “Y tu familia, sabe algo de nuestra relación?”, le espeté.  “Nada, me aterra el futuro”, me dijo. Pero, “dilo, nos amamos y si terminas tus estudios en Junio  o lo dejamos o seguimos así sine die”, lo cual me convenía por mi visado. Pero, dijo “tengo 23 años y muchas de mis compañeras aquí planean su boda ya”, “quiero ser como ellas”. La maldita tradición en aquellos días, una chica sin novio, era una lacra social, o era fea como una acelga. Lo cual no se cumplía en Aurelie.

Pobre de mí, pensé. ¿Qué hacer? No la amaba, pero la quería, no me convencía, pero la aceptaría. Tan simple  como eso. Las noches ya no eran tan pasionales cuando pendía esa duda sobre nuestro lecho, cada vez más ancho entre nosotros. Agitado por el problema, lo consulté con un religioso de la localidad, experimentado en estas lides. Me dijo,” cásate por lo civil”, y añadió “si regresas a tu país no te sirve, allí está la Iglesia como única autoridad para sellar tu matrimonio y el divorcio no es realizable aún”.
Y así fue. Sin nadie que acudiera al acto, en una perdida localidad de la ribera del Hudson, un juez de paz nos casó. Ella, la bella representante de la sociedad WASP, se unía a un latino, esbelto como un  junco, pero sin futuro predecible por su condición de “visitante temporal”. La juez, acostumbrada a bodas extrañas, miró a la desposada y dijo “que bella eres para casarte sin testigos”. Ya era mi esposa, así de simple.


La bella americana pareció no darse cuenta de su nueva situación. Seguía yendo a sus clases por la mañana y regresaba por la tarde. Nada de compras, ni de compartir cocina, limpieza o pago del inmueble. Ausente a toda su condición de esposa. Su capricho de joven núbil se había cumplido. Podía jactarse de estar casada sin mencionar a su consorte. Los fines de semana, o a veces entre semana, lo pasaban en la capital buscando trabajo, sin resultado. Su condición de visitante no le ayudaba. 

Y el cuento de hadas se rompió el día de su graduación. Ella, la reina, la mejor de su promoción. Laureles y premios le cayeron. Y el sufrido esposo, marchitándose en su espera viendo a sus suegros que le ignoraban por su desconocimiento de la historia del desposorio.
“Honey, collect your things, we go home”, dijo la madre en un perfecto inglés. Y así fue…Aurelie no dijo nada de nada. Recogió sus cosas de su habitación colegial, las cuales nunca mudó al apartamento de su sufrido esposo. Y la familia se fue en su Cadillac con ruedas Goodyear de la empresa de su “daddy”.

Aurelie hizo realidad su sueño. Se casó a su edad. Y el sufrido visitante extranjero se quedó helado y maltrecho. Dos años más tarde, el papi, con dinero consiguió la nulidad de su aún, según él,  virginal hija. El inhiesto esposo regresó a su país, soltero como un frailón, aunque tocado entonces por la bella reina wasp, la cual, gracias al dinero de su padre, podría casarse de nuevo. Ella, ahora,  es médico a punto de jubilarse, ya marchita por la edad, casada con un cirujano de origen italiano y nunca ha hablado de su primera boda en una perdida localidad de la orilla del Hudson.

El anillo de titanio, comprado para el enlace, fue pasto de la codicia de la madre del esposo que lo fundió y le añadió perlitas para su dedo anular. Y la vida sigue, según me cuenta el propio protagonista que volvió a casarse y me relata esta historia con honor lorquiano,  profanado por una bella rubita de ojos azules acaramelados que quiso estar casada como las compañeras de su promoción universitaria.

The END











martes, 23 de junio de 2015

Caterina Sforza, César Borgia

La mujer como heroína

Caterina

La dama dei gelsomini ( 1463-1509) by Lorenzo di Credi
(Pinacoteca Civica di Forlì)
Caterina Sforza (Milán, 1463-Florencia 1509), hija ilegítima del Duque de Milán. Al enviudar de su primer marido, conoció al gran amor de su vida, Giovanni de Medici, y se enfrentó a los Borgia.en especial a César Borgia, hijo del papa Alejandro VI. Mujer de gran belleza, se ha llegado a decir que Botticelli se basa en su rostro para una de las tres Gracias de su inmortal cuadro. Defendió con gran coraje Forlí frente a las tropas pontificias, aunque fue hecha prisionera y encerrada por los Borgia y acosada, en todos los sentidos, por César en numerosas ocasiones. Al final, liberada, gracias a la intervención francesa, se retiró a un convento en Florencia dónde murió. Leonardo da Vinci mantuvo una estrecha colaboración con Caterina en asuntos de estrategia para defender las posesiones de la familia Sforza.
Sandro Botticelli, (Galería Uffizi, Florencia). 


miércoles, 17 de junio de 2015

Copenhagen, Srenita

  • La Sirenita de Copenhague, escultura de unos 1,25 m. de bronce que descansa  en una roca  a poca distancia de la orilla en la Bahía del Puerto de la ciudad e instalada en el 1913. El escultor que la talló fue Edvard Eriksen, quien bebió del  cuento de hadas homónimo escrito por Hans Christian Andersen en 1837. Monumento Nacional. Inspirada en la esposa del escultor, aunque su cara la copia de la bailarina Ellen Price. La escultura ha sido objeto de numerosos actos vandálicos.
La Sirenita de Copenhague vista el viernes 11 de Junio (2015). 

miércoles, 10 de junio de 2015

Simonet

La mujer como heroína
                                         ELLA
                                               
Enrique Simonet, pintor valenciano, muy relacionado con Málaga y la Escuela Malagueña de la Pintura del XIX, por su formación en nuestra ciudad y, asimismo,  alumno aquí del también valenciano Bernardo Ferrándiz. Este cuadro, uno de los más conocidos y valorados del Museo de Bellas Artes (Málaga), fechado en 1890, representa a una joven desconocida en manos del forense que muestra su corazón recién extirpado por la autopsia realizada. El cuerpo de la chica es una maravilla realista en cuanto a detalles de su anatomía, alumbrado por el juego de luces del cuadro que realza la escena en el recinto de un  depósito frío de un hospital. Esta magnífica obra que esperamos contemplarla pronto cuando abran el Palacio de la Aduana y salga a la luz tantas joyas pictóricas, ocultas tanto tiempo a la ciudadanía por problemas ajenos a su enorme riqueza artística y que tapadas tanto tiempo  no benefician para nada a la ciudad de Málaga

ruta fantasma

Una   desaparición frustrada


Me ocurrió en una ruta del domingo. Salimos del punto de encuentro y ya en el coche  la miré. Recordaba la orgía de sudor entre los dos de días anteriores en su casa. No me sonrió como de costumbre. Un silencio se impuso. Le pregunté: “¿Bien?”. “Mal, muy mal, le quiero”, “¿y?”, dije entrecortado. “No puedo dejarle, mis sentimientos son muy fuertes”, dijo seria,  sin mirarme. “¿y que pinto yo entonces a partir de ahora?”, logré balbucir.  “Nada, desaparece”, contestó ella secamente. Pero, ¿cómo puedo hacerlo ahora  dentro del coche, a ciento veinte  por hora en una autovía llena de tráfico?. ¿Y tengo que aguantar la ruta entera del domingo con ella sin poder mirar el paisaje, ni el camino, ni la cuesta que sube al destino final del sendero? Una niebla espesa se metió en nuestro vehículo y sólo dejaba ver la línea discontinua entre carriles. Una parada para tomar un  café con el resto de ruteros. Una sonrisa y un saludo “cordial” a todos. Me senté a distancia de ella sin poder desaparecer. No había mucha gente allí, se notaría. Una tostada y un café. Y enfilamos de nuevo la ruta. Llegamos al sitio de partida y ella seguía allí, me miraba para que desapareciera. Su gesto era adusto y seco. El mío con una sonrisa de labio partido. Y emprendimos el sendero. El paraje era bellísimo. El agua fluía por el cauce y el frío de la corriente no era tan intenso como el flujo de mi sangre en mi cuerpo. Las hojas secas del sendero crujían al pisarlas y el bastón las hendía con saña. Subía sin jadear, el corazón me golpeaba el pecho y miraba hacia delante, hacia las cumbres que en la distancia se teñían de colores grisáceos.


Amenazaba lluvia que no sentía, tanto era mi estado. ¿Cómo desaparecer  en un paisaje de hojarasca y de escarcha manchada por nuestras pisadas? El guía lideraba el grupo que cada vez se espaciaba más por la estrechez y ascensión de la ruta. No podía desaparecer ahora, se notaría mi ausencia. Me esperarían y retrasarían la ruta. Lo  haría  cuando llegáramos a la cumbre. Y llegamos. Todos nos sentamos y sacamos nuestras provisiones. Mi miraba se extasió y se perdió entre el paisaje que los jirones de niebla hacían culebrear entre destellos de luz albina. El barranco se partía entre riscos cortados. Intenté desaparecer, me fui a un árbol frondoso y me oculté, pero un rutero, semiescondido en otro árbol,  me dijo: “Eh, que te van a ver las mozas desde arriba”. Y desistí. Bueno, pensé, lo haré cuando nos distanciemos a la bajada. Mientras  comíamos, hacíamos las fotos y el gozo del lugar nos relajaba y nos desinhibía, ella me miraba de soslayo y leía en su rostro: “Pero, ¿aún estás aquí?”. Y evitaba su presencia y buscaba su espalda para no ver su mueca y la huella dejada con el hierro de mi presión  en su mentón. Y bajamos y lo hice con tal velocidad que me alejé del resto de la expedición. Así ya no veía las piedras del sendero, y perdía los hitos, ni tampoco me deleitaba con el horizonte de vaguadas y barrancos que a cada vuelta surgían a cada vuelta. Siempre había algún rutero que me seguía para no perderme de vista. No lograba desaparecer. Miraba hacia atrás y la veía avanzar con su mirada de Gorgona tras mi espalda. “¡Dios, ¿qué hacer?””¿Me tiro al cauce del río  que corre bajo el sendero?” No,  el ruido de mi cuerpo se oirá y me rescatarán. Seguiré hasta el final de la ruta.