LENA
Hacías años que conocía a
Rodolfo. Había compartido tantos episodios, viajes, anécdotas y desgracias que
esperé el momento adecuado. Sabía que antes de dormir me lo contaría. Subimos
las maletas y entramos en la habitación.
Habíamos viajado bastante, y siempre que
no teníamos pareja, compartíamos habitación para minimizar gastos en los
múltiples viajes que hicimos. Era el compañero ideal para viajar.
Independiente, pero respetuoso y educado. Nunca creaba problemas y nos
ayudábamos los días que duraba la ruta.
Yo era la primera vez que
visitaba Liverpool. Sabía que era la ciudad que alumbró a unos músicos míticos
de mi juventud y que, ahora, la ciudad cuidaba turísticamente un área que los
cobijó durante sus actuaciones primeras. Me sonaba “The Cavern”, ¡ah! y que era
la cuna de una gran Cía. naviera de antaño: Cunard Line. El fútbol nunca me interesó, por lo cual su histórico equipo y
Anfield Road tampoco me atraían. Rodolfo parecía conocer la ciudad. Así que
esperaba algo de Rodolfo y que me entretendría antes de iniciar nuestra ruta en la ciudad al día siguiente.Después de asearnos, bajamos a recepción para pedir un mapa de la
ciudad en caso de que nos aventurásemos de noche. La recepcionista, una chica
de aspecto poco sajón y con un acento cerrado en inglés, nos ilustró sobre los
pubs cercanos para probar la cerveza de la ciudad. Pronto dimos con uno: “The
Pavilion”. Un poco ruidoso, aunque decorado con gusto. Una vez acodados en la
barra, Rodolfo me dijo: “Pídamos una
Worthington”, “¿la conoces bien?”, le pregunté. “Ya te cuento cuando nos
sentemos”. Escancié despacio la cerveza en un vaso largo y el primer trago me pareció delicioso. Empezaba a
estar a gusto allí. Rodolfo, sentado, miraba el entorno y sus ojos escudriñaban
el local. Parecía extasiado y su mirada perdida denotaba nostalgia. Pasados
unos minutos, sin apenas pestañear empezó su relato:
“Amigo, esta ciudad la visité en varias
ocasiones hace muchos años. Pero solo me referiré a la primera vez. Rondaba los
cuarenta. Me invitaron a un programa en el entonces Liverpool Polytechnic, hoy
Liverpool John Moores University. El Departamento necesitaba un intercambio
académico y fui allí para preparar el evento. Apenas fueron 10 días, pero, te
juro, que los recuerdo aún con nitidez. Me alojaron en un hotel cercano, no muy
lejos de la universidad, y allí pernoctaba durante los primeros días. Creo
recordar que era en Russell Street, no muy lejos de Lime Street Station. Por
entonces, Liverpool era una ciudad desgarrada y con enormes focos de pobreza.
Estaba empezando a desperezarse del enorme vacío financiero que sufrió la
ciudad con el declive de su puerto. El tráfico de mercancías del Atlántico
había casi desaparecido, arrastrando, en parte, a la potente naviera
Cunard Line y era la costa Este de
Inglaterra la que empezaba a despuntar, debido al apogeo de la Comunidad
europea y su influencia en la economía
inglesa".
"En tan poco tiempo, me relacioné con
profesores del Departamento, en especial con los más jóvenes. Uno de ellos era
Davis. Un joven macilento y taciturno, desgarbado al máximo, con la misma ropa
durante los diez días que lo conocí. Creo que no se cambió de ropa
interior en ese tiempo. La raída chaqueta
le colgaba de su consumido esqueleto y un rictus desvaído asomaba a su rostro
barbilampiño. Era soltero, single, y eso, pese al pingüe sueldo que recibía, era una
buena señal para ser atractivo en aquel entorno académico, duramente azotado
entonces por la Dama de Hierro. Era una tarde lluviosa y triste, gélida con un
viento helado que atravesaba la camiseta gruesa de algodón que había comprado
el primer día en Mark&Spenser, y salía del Polytechnic para comprar mi
paquete vespertino de “fish&chips” que compraba en un portal adosado de la
calle abajo de la universidad. Allí me encontré con Davis. Le acompañaba una
joven morena y tristona y hacían cola para recoger el maná de la tarde. Nos
saludamos y recogimos nuestra vianda que devoramos mientras caminábamos calle
abajo. Los guantes sobraban para poder sostener el cartucho (y en aquel entonces
los dedos no eran portadores de virus) y una simple servilleta que te daban con
el paquete comestible te limpiaba el aceite que impregnaba tus manos al final
del festín. Ya limpias mis manos me presentó a la chica. Se llamaba Lena. Era algo
magra como mi amigo y parecía que se llevaban bien y enseguida noté que a ella
le gustaba Davis. Seguimos andando y pronto perdí la orientación para dirigirme
a mi hotel. Las calles de Liverpool no me eran familiares. Se brindaron a
llevarme al hotel ya que el frío y el
viento arreciaban y la tarde estaba terminando en aquella ciudad húmeda regada
por el gran estuario del río Mersey.”
Rodolfo, mientras trasegaba la mitad de su “Worthington”, ensimismado, pero con una expresión risueña como si los recuerdos le embargaran, me dijo: “Te canso?” No le dije, “continúa, algo me dice que lo mejor viene ahora”. Rodolfo sonrió y dijo: “No te equivocas”. En efecto”, prosiguió, “llegados al hotel hicieron un gesto de despedida, pero la chica dijo: “Davis, si vamos a nuestras casas, nos vamos a helar con el frío que hace”. “Entonces le dije que mi habitación era caliente ya que el hotel tenía calefacción. Tengo algo de cerveza en ella. Os invito y después os vais. Para mi sorpresa aceptaron. Ahora comprendo. La calefacción entonces era muy cara y las casas de estudiantes y profesores pagaban mucho por este servicio. Preferían estar calientes en la mía. Y pronto Davis y Lena se hicieron dueños de mi habitación. Ella se retrepó en mi gran cama, Davis se sentó en el butacón y yo me mantuve en la única silla que quedaba.
Pasaron más de dos horas y allí
continuaban. Davis apenas hablaba y Lena, a medida que bebía se mostraba más
locuaz. Para mi sorpresa, supe por ellos que apenas se conocían. Davis era
introvertido y tímido y aunque le gustaba Lena apenas le había mostrado su
amor. Era una asignatura pendiente. Su sueldo y su poca estabilidad en el
departamento le impedían mostrar a Lena su cariño. Lena, al contrario,
contratada con pocas horas, vivía a duras penas en una ciudad que no le
alcanzaba a vivir con dignidad con sus flacos emolumentos. Y ese día estaba
allí porque Davis era su hombre. Poco a poco la noche se cernía y aquella
pareja seguía bloqueada para mostrar su amor. ¡Dios era tan evidente y hacía
tan buena temperatura!! Yo quería quedarme solo. Pero la pareja seguía bebiendo
y el silencio se cernía cada vez sobre ellos. Cada vez más la palidez en ambos
era más manifiesta. Nervioso me levanté en varias ocasiones para, de cierta
manera, indicarles que era muy tarde. La calefacción era más fuerte que su
amor, pensé. Poco a poco me fui fijando en la chica. Era atractiva y su timidez
la hacía más vulnerable”. Interrumpí a Rodolfo, entusiasmado con el relato. “¿pero
no se fueron? Bueno, y como terminó la cosa? “
“Para mi sorpresa”, continuó
Rodolfo, “al poco, Davis, medio achispado, se levantó y se marchó de la
habitación. Pensaba que había ido a comprar más bebida. Lena y yo esperábamos
que abriera la puerta para continuar la velada. Nunca más le vi. Durante la espera
vi que Lena no se inmutaba, seguía con la botella y tenía ya los ojos semi entornados. ¡Qué situación!! Miré el reloj. Era ya muy
tarde y con la mirada le hice ver a Lena
que se fuera. Apenas la conocía y no me atrevía a hacerle preguntas. Fue
venciendo su timidez y con frases entrecortadas me fue diciendo que amaba a
Davis y con esa noche no se quería ir. La habitación, para ella, era muy acogedora
y se encontraba bien en esa cama. No quería volver a su casa con el frío
aleteando afuera. Y allí se quedó. A la mañana siguiente, ella somnolienta, me besó y me dijo que Davis era un encanto. La
cama mullida y caliente me acompañó en una media noche que no olvidaré en mucho
tiempo. Nunca más vi a Lena, pero conservé el olor de su cuerpo en el mío
durante meses. Sospecho que ella tampoco me recordó. Las muchas Worthingtons y
la calefacción pudieron más que la ausencia de Davis. Por eso cuando vuelvo a
Liverpool me bebo unas cervezas de esa marca, para mí la mejor de Liverpool.”
Y juro que Rodolfo terminó la
suya en el pub “Pavilion” de Liverpool con su mirada perdida, medio en éxtasis,
en la penumbra de aquel pub de la ciudad.