miércoles, 24 de junio de 2015

Aurelie, la bella doctora


Mujeres como heroína

    Aurelie,   la bella doctora




La conocí en la cola del cine para ver gratis “The Graduate”. Enero del 1970. No era una cola cualquiera. Una fila interminable de jovencitas, todas agraciadas y muy a la moda de la época, la influencia del Flower Power ya se dejaba ver en su vestimenta, no tanto en el aquel centro de élite del Este de Estados Unidos,  donde la elegancia,  un pelín desgarbada en el atuendo,  era predominante. Me miraban como presa, creo, de  sus fantasías sexuales. Acaba de celebrarse el Woodstock 69. Ellas, guapas y ricas, empezaban a agitarse por usar su libertad, reprimida durante décadas. En aquel campus, lejos de la influencia familiar, habían bebido ya del movimiento hippie, y sus cuerpos se agitaban deseosos con la intensidad de su juventud desbordante. Yo, pobre jovenzuelo, inhiesto como un banderillero, me sentía codiciado entre tanta mujer. Mi experiencia era más bien escasa. Salía de una década, en mi país, los sesenta, en la que una mujer era una plaza medieval que conquistar. Pero, no por ello mi cuerpo, joven y pletórico de energía, no sentía el deseo de tener un cuerpo que me completara.

Acaba de aterrizar en aquel lugar, y aún no me había adaptado a una cultura diferente a la de mi país, aun anclado en el pasado macabro de su historia. Era mi segunda visita a un país anglosajón. Más o menos conocía el comportamiento de sus mujeres. Antes, me había enamorado con la intensidad de un semental  sin ser correspondido. Al final triunfaba la posición y la etnia, si no lo supiera..… Estas tribus germánicas habían evolucionado en otra dirección…

Al verme en la cola me sentía extraño. Tanta mujer sola en un fin de semana. Avanzaba la fila y, de pronto, percibí que alguien me escudriñaba. Sentí su mirada penetrante en mi espalda. Me había elegido! Me volví sin prisa y la vi, la rubita anglosajona dulce y picante a la vez que te envuelve con su mirada tierna  para lanzarte su mensaje de aprobación. Bueno, dije, vamos a ver. Y empezamos aquella misma noche…Mi apartamento vio escenas más desbordantes…pero aquella tímida rubita colmaba mi tiempo de ocio.

Poco a poco la fui conociendo. Era inteligente, sin ser lista. Su mirada azul, vaga por las lentillas que usaba, destilaba una brisa suave que atemperaba mi carácter fuerte. Venía, ya caída la tarde, después de sus clases, y se metía en mi cama sin apenas saludarme. Su entrega era modélica, aprendida por naturaleza, era auténtica. Yo, halagado por el regalo, le correspondía envolviéndola con mi tenacidad. A la mañana siguiente, ella me oía en el baño susurrar aquello de  “me casó mi madre, me casó mi madre chiquita y bonita ay ay ay chiquita y bonita ...” y ella comentaba desde la cama “what a sad song…”. Y lo era,  era un presagio que el tiempo sellaría.

Pasaron  los meses y, envueltos en nuestra pasión, llegó la hora de las capitulaciones. “Y tu familia, sabe algo de nuestra relación?”, le espeté.  “Nada, me aterra el futuro”, me dijo. Pero, “dilo, nos amamos y si terminas tus estudios en Junio  o lo dejamos o seguimos así sine die”, lo cual me convenía por mi visado. Pero, dijo “tengo 23 años y muchas de mis compañeras aquí planean su boda ya”, “quiero ser como ellas”. La maldita tradición en aquellos días, una chica sin novio, era una lacra social, o era fea como una acelga. Lo cual no se cumplía en Aurelie.

Pobre de mí, pensé. ¿Qué hacer? No la amaba, pero la quería, no me convencía, pero la aceptaría. Tan simple  como eso. Las noches ya no eran tan pasionales cuando pendía esa duda sobre nuestro lecho, cada vez más ancho entre nosotros. Agitado por el problema, lo consulté con un religioso de la localidad, experimentado en estas lides. Me dijo,” cásate por lo civil”, y añadió “si regresas a tu país no te sirve, allí está la Iglesia como única autoridad para sellar tu matrimonio y el divorcio no es realizable aún”.
Y así fue. Sin nadie que acudiera al acto, en una perdida localidad de la ribera del Hudson, un juez de paz nos casó. Ella, la bella representante de la sociedad WASP, se unía a un latino, esbelto como un  junco, pero sin futuro predecible por su condición de “visitante temporal”. La juez, acostumbrada a bodas extrañas, miró a la desposada y dijo “que bella eres para casarte sin testigos”. Ya era mi esposa, así de simple.


La bella americana pareció no darse cuenta de su nueva situación. Seguía yendo a sus clases por la mañana y regresaba por la tarde. Nada de compras, ni de compartir cocina, limpieza o pago del inmueble. Ausente a toda su condición de esposa. Su capricho de joven núbil se había cumplido. Podía jactarse de estar casada sin mencionar a su consorte. Los fines de semana, o a veces entre semana, lo pasaban en la capital buscando trabajo, sin resultado. Su condición de visitante no le ayudaba. 

Y el cuento de hadas se rompió el día de su graduación. Ella, la reina, la mejor de su promoción. Laureles y premios le cayeron. Y el sufrido esposo, marchitándose en su espera viendo a sus suegros que le ignoraban por su desconocimiento de la historia del desposorio.
“Honey, collect your things, we go home”, dijo la madre en un perfecto inglés. Y así fue…Aurelie no dijo nada de nada. Recogió sus cosas de su habitación colegial, las cuales nunca mudó al apartamento de su sufrido esposo. Y la familia se fue en su Cadillac con ruedas Goodyear de la empresa de su “daddy”.

Aurelie hizo realidad su sueño. Se casó a su edad. Y el sufrido visitante extranjero se quedó helado y maltrecho. Dos años más tarde, el papi, con dinero consiguió la nulidad de su aún, según él,  virginal hija. El inhiesto esposo regresó a su país, soltero como un frailón, aunque tocado entonces por la bella reina wasp, la cual, gracias al dinero de su padre, podría casarse de nuevo. Ella, ahora,  es médico a punto de jubilarse, ya marchita por la edad, casada con un cirujano de origen italiano y nunca ha hablado de su primera boda en una perdida localidad de la orilla del Hudson.

El anillo de titanio, comprado para el enlace, fue pasto de la codicia de la madre del esposo que lo fundió y le añadió perlitas para su dedo anular. Y la vida sigue, según me cuenta el propio protagonista que volvió a casarse y me relata esta historia con honor lorquiano,  profanado por una bella rubita de ojos azules acaramelados que quiso estar casada como las compañeras de su promoción universitaria.

The END











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