sábado, 27 de febrero de 2016

Lena, Liverpool

La Mujer como heroína




LENA


El avión aterrizó bruscamente sobre una de las pistas del aeropuerto de Liverpool John Lennon. Llovía torrencialmente y salimos como conejos de una madriguera para evitar las gotas que empapaban nuestra ropa. No había “finger” desde el avión hasta el interior para evitar la lluvia. Dos chicas locales, rubias, delgadas y asustadas, calzando las sandalias que traían de Málaga, sin apenas  tiempo para coger unos zapatos, después de noches de “gin tonics” y arena en las playas sureñas de Iberia, se afanaban por adelantar la fila de pasajeros que las precedían. Inútil empeño. Después de minutos agónicos de arrastrar el equipaje para alcanzar la zona cubierta, llegamos a la aduana para mostrar nuestros pasaportes. Era una noche cerrada y el microbús, con los cristales empañados, no permitía ver el exterior. En menos de media hora estábamos en la acera del hotel y fue cuando vimos el exterior. Un viento gélido nos azotó y pudimos ver cerca el gran estuario. Era la avenida conocida como Strand. Mi amigo sonrió. Su cara mostraba un resplandor inusitado. Lo mire y antes de lanzarle mi pregunta, me dijo: “Qué de recuerdos me trae este lugar!”

Hacías años que conocía a Rodolfo. Había compartido tantos episodios, viajes, anécdotas y desgracias que esperé el momento adecuado. Sabía que antes de dormir me lo contaría. Subimos las maletas y entramos en  la habitación. Habíamos viajado bastante,  y siempre que no teníamos pareja, compartíamos habitación para minimizar gastos en los múltiples viajes que hicimos. Era el compañero ideal para viajar. Independiente, pero respetuoso y educado. Nunca creaba problemas y nos ayudábamos los días que duraba la ruta.

Yo era la primera vez que visitaba Liverpool. Sabía que era la ciudad que alumbró a unos músicos míticos de mi juventud y que, ahora, la ciudad cuidaba turísticamente un área que los cobijó durante sus actuaciones primeras. Me sonaba “The Cavern”, ¡ah! y que era la cuna de una gran Cía.  naviera de antaño: Cunard Line. El fútbol nunca me interesó, por lo cual su histórico equipo y Anfield Road tampoco me atraían. Rodolfo parecía conocer la ciudad. Así que esperaba algo de Rodolfo y que me entretendría antes de iniciar nuestra ruta en la ciudad al día siguiente.Después de asearnos,  bajamos a recepción para pedir un mapa de la ciudad en caso de que nos aventurásemos de noche. La recepcionista, una chica de aspecto poco sajón y con un acento cerrado en inglés, nos ilustró sobre los pubs cercanos para probar la cerveza de la ciudad. Pronto dimos con uno: “The Pavilion”. Un poco ruidoso, aunque decorado con gusto. Una vez acodados en la barra,  Rodolfo me dijo: “Pídamos una Worthington”, “¿la conoces bien?”, le pregunté. “Ya te cuento cuando nos sentemos”. Escancié despacio la cerveza en un vaso largo y el  primer trago me pareció delicioso. Empezaba a estar a gusto allí. Rodolfo, sentado, miraba el entorno y sus ojos escudriñaban el local. Parecía extasiado y su mirada perdida denotaba nostalgia. Pasados unos minutos, sin apenas pestañear empezó su relato:

“Amigo, esta ciudad la visité en varias ocasiones hace muchos años. Pero solo me referiré a la primera vez. Rondaba los cuarenta. Me invitaron a un programa en el entonces Liverpool Polytechnic, hoy Liverpool John Moores University. El Departamento necesitaba un intercambio académico y fui allí para preparar el evento. Apenas fueron 10 días, pero, te juro, que los recuerdo aún con nitidez. Me alojaron en un hotel cercano, no muy lejos de la universidad, y allí pernoctaba durante los primeros días. Creo recordar que era en Russell Street, no muy lejos de Lime Street Station. Por entonces, Liverpool era una ciudad desgarrada y con enormes focos de pobreza. Estaba empezando a desperezarse del enorme vacío financiero que sufrió la ciudad con el declive de su puerto. El tráfico de mercancías del Atlántico había casi desaparecido, arrastrando, en parte, a la potente naviera Cunard  Line y era la costa Este de Inglaterra la que empezaba a despuntar, debido al apogeo de la Comunidad europea y  su influencia en la economía inglesa".

 "En tan poco tiempo, me relacioné con profesores del Departamento, en especial con los más jóvenes. Uno de ellos era Davis. Un joven macilento y taciturno, desgarbado al máximo, con la misma ropa durante los diez días que lo conocí. Creo que no se cambió de ropa interior  en ese tiempo. La raída chaqueta le colgaba de su consumido esqueleto y un rictus desvaído asomaba a su rostro barbilampiño. Era soltero, single, y eso,  pese al pingüe sueldo que recibía, era una buena señal para ser atractivo en aquel entorno académico, duramente azotado entonces por la Dama de Hierro. Era una tarde lluviosa y triste, gélida con un viento helado que atravesaba la camiseta gruesa de algodón que había comprado el primer día en Mark&Spenser, y salía del Polytechnic para comprar mi paquete vespertino de “fish&chips” que compraba en un portal adosado de la calle abajo de la universidad. Allí me encontré con Davis. Le acompañaba una joven morena y tristona y hacían cola para recoger el maná de la tarde. Nos saludamos y recogimos nuestra vianda que devoramos mientras caminábamos calle abajo. Los guantes sobraban para poder sostener el cartucho (y en aquel entonces los dedos no eran portadores de virus) y una simple servilleta que te daban con el paquete comestible te limpiaba el aceite que impregnaba tus manos al final del festín. Ya limpias mis manos me presentó a la chica. Se llamaba Lena. Era algo magra como mi amigo y parecía que se llevaban bien y enseguida noté que a ella le gustaba Davis. Seguimos andando y pronto perdí la orientación para dirigirme a mi hotel. Las calles de Liverpool no me eran familiares. Se brindaron a llevarme al hotel ya que  el frío y el viento arreciaban y la tarde estaba terminando en aquella ciudad húmeda regada por el gran estuario del río Mersey.”

Rodolfo,  mientras trasegaba la mitad de su “Worthington”, ensimismado, pero con una expresión risueña como si los recuerdos le embargaran, me dijo: “Te canso?” No le dije, “continúa, algo me dice que lo mejor viene ahora”. Rodolfo sonrió y dijo: “No te equivocas”. En efecto”, prosiguió, “llegados al hotel hicieron un gesto de despedida, pero la chica dijo: “Davis,  si vamos a nuestras casas, nos vamos a helar con el frío que hace”. “Entonces le dije que mi habitación era caliente ya que el hotel tenía calefacción. Tengo algo de cerveza en ella. Os invito y después os vais. Para mi sorpresa aceptaron. Ahora comprendo. La calefacción entonces era muy cara y las casas de estudiantes y profesores pagaban mucho por este servicio. Preferían estar calientes en la mía. Y pronto Davis y Lena se hicieron dueños de mi habitación. Ella se retrepó en mi gran cama, Davis se sentó en el butacón y yo me mantuve en la única silla que quedaba.

Pasaron más de dos horas y allí continuaban. Davis apenas hablaba y Lena, a medida que bebía se mostraba más locuaz. Para mi sorpresa, supe por ellos que apenas se conocían. Davis era introvertido y tímido y aunque le gustaba Lena apenas le había mostrado su amor. Era una asignatura pendiente. Su sueldo y su poca estabilidad en el departamento le impedían mostrar a Lena su cariño. Lena, al contrario, contratada con pocas horas, vivía a duras penas en una ciudad que no le alcanzaba a vivir con dignidad con sus flacos emolumentos. Y ese día estaba allí porque Davis era su hombre. Poco a poco la noche se cernía y aquella pareja seguía bloqueada para mostrar su amor. ¡Dios era tan evidente y hacía tan buena temperatura!! Yo quería quedarme solo. Pero la pareja seguía bebiendo y el silencio se cernía cada vez sobre ellos. Cada vez más la palidez en ambos era más manifiesta. Nervioso me levanté en varias ocasiones para, de cierta manera, indicarles que era muy tarde. La calefacción era más fuerte que su amor, pensé. Poco a poco me fui fijando en la chica. Era atractiva y su timidez la hacía más vulnerable”. Interrumpí a Rodolfo, entusiasmado con el relato. “¿pero no se fueron? Bueno, y como terminó la cosa? “

“Para mi sorpresa”, continuó Rodolfo, “al poco, Davis, medio achispado, se levantó y se marchó de la habitación. Pensaba que había ido a comprar más bebida. Lena y yo esperábamos que abriera la puerta para continuar la velada. Nunca más le vi. Durante la espera vi que Lena no se inmutaba, seguía con la botella y tenía ya los ojos semi entornados.  ¡Qué situación!! Miré el reloj. Era ya muy tarde y con la  mirada le hice ver a Lena que se fuera. Apenas la conocía y no me atrevía a hacerle preguntas. Fue venciendo su timidez y con frases entrecortadas me fue diciendo que amaba a Davis y con esa noche no se quería ir. La habitación, para ella, era muy acogedora y se encontraba bien en esa cama. No quería volver a su casa con el frío aleteando afuera. Y allí se quedó. A la mañana siguiente, ella somnolienta,  me besó y me dijo que Davis era un encanto. La cama mullida y caliente me acompañó en una media noche que no olvidaré en mucho tiempo. Nunca más vi a Lena, pero conservé el olor de su cuerpo en el mío durante meses. Sospecho que ella tampoco me recordó. Las muchas Worthingtons y la calefacción pudieron más que la ausencia de Davis. Por eso cuando vuelvo a Liverpool me bebo unas cervezas de esa marca, para mí la mejor de Liverpool.”

Y juro que Rodolfo terminó la suya en el pub “Pavilion” de Liverpool con su mirada perdida, medio en éxtasis, en la penumbra de aquel pub de la ciudad.

                                                              The End




viernes, 12 de febrero de 2016

Cristina de Suecia

La Mujer como heroína
CRISTINA
Sébastien Bourdon (1654)

Cristina de Suecia (1626-1689). Un patito feo, pero luminosa estela cultural de la realeza sueca. De adolescente ya vestía y se comportaba como hombre. Con 24 años se la corona reina, aunque de hecho lo fuera desde los seis, pero pronto se cansa de serlo oficialmente, abdicando de forma palmaria y abandonando, en 1654,  el trono sin revelar la causa de su decisión. Amor? Estuvo prendada y embelesada con su ayuda de cámara y prima, Ebbe “la bella”, o ¿lo fue por sufrir de su sequedad física para dar herederos? Es cierto que también tuvo amoríos con hombres y mujeres, según cuentan las crónicas. Greta Garbo, otra mujer de tendencia homosexual, borda su perfil, aunque lo enmascara con su devaneo con el entonces embajador de España,  Antonio Pimentel de Prado, en la película del mismo nombre de 1933. Pero, lo cierto es que Cristina ha dejado huella en la cultura europea, con su merecido título de la Minerva del Norte y por su conversión al catolicismo, lo cual no perdonaron sus paisanos suecos. Estocolmo y Upsala vivieron una época de esplendor cultural auspiciado por Cristina, como lo  hizo, más tarde,  en Roma, después de abdicar y en todas aquellas ciudades de Europa en las que vivió y se le dio asilo y protección. Descartes, Scarletti, Corelli y Bernini gozaron de su mecenazgo, al igual que el Museo del Prado se vio favorecido con muchas de sus donaciones de pintores, con cuadros de Durero y Bourdon, entre otros. Sus restos descansan en la Basílica de S. Pedro de Roma. 
Jörger Von Tollet (1657)