domingo, 19 de julio de 2015

Hermi

La Mujer como Heroína      

          HERMI

Gustav Adoph Henning "Muchacha leyendo" (1828)

“La conocí una noche aciaga en una despedida de curso. Me cayó al lado. La miré de soslayo  y pude ver que era joven, casi una niña, no muy atractiva, pero bastante más que la mujer junto a ella, poco agraciada físicamente y de mirada torva cuando me observaba. Parecían estar pegadas una a otra. No se fijaron en mí en toda la noche. Era un presagio que debiera haber interpretado en aquel momento.

A los pocos días la vi, sola, de nuevo merodeando por mi lugar de trabajo. Era una meritoria destinada a emprender trabajos iniciales de investigación en el centro. Tenía la frescura de la poca edad y la timidez encubierta para no desvelar su ambición larvada. Allí la veía a diario, metiendo datos para su trabajo y algún café que otro me tomé con ella. Y vi que se interesaba por mí. “¿Ella, la pegada a la otra?”. Era picarona dentro de su timidez y, sin darme cuenta,  su mente  y  cuerpo se fueron  enroscando dentro de mí sin apenas esfuerzo. “¡Dios con la niña!”. Y aquello se convirtió en una hoguera en poco tiempo. Le pregunté por su bipolaridad sexual y me lo negó repetidas veces, aunque sabía que le gustaba coquetear con amigas, e incluso  no desdeñó trabajar con alguna mujer ambigua con rango académico. Su  habilidad para escalonar su futuro, sabedora de su talento, era proverbial.

Y sus reacciones eran desconcertantes en la calle y en la cama. Momentos álgidos de emotividad y deseo los encaraba de forma poco natural. Me sorprendía su gana de poseerme en todos los sentidos, y cuando la pasión terminaba por mi parte en remanso sosegado, en lugar de la placidez propia después de la entrega, su cólera estallaba de forma estrepitosa. Era como si se arrepintiera de haberse sometido porque su sexualidad marchara por otro camino. “Bueno”, decía, “será su poca experiencia”. “Poco a  poco dejó entrever detalles de su familia y de su corta vida anterior”.

“Sus padres, de extracción humilde, tuvieron dos hijas de edades muy cercanas. Hermi era la pequeña y la hermana mayor siempre ejerció  un férreo marcaje  sobre ella,  de su voluntad y cuerpo, ayudada por el poco carácter de la menor y su debilidad para poder rechazar cualquier tipo de posesión. Esto marcó a Hermi de por vida.  En los estudios buscaba a su hermana entre  sus compañeras. Y su amiga de la cena realizaba  el mismo papel que su hermana ejecutó en su día al tiempo que le ayudaba en sus estudios. Estaba entretenida, sin más,  y esto le bastaba  ya que su deseo de progresar la hacía mostrarse porosa para cualquiera que la ayudase o protegiese para lograr su meta. Así cuando yo aparecí, Hermi vio en mí su guía y protector y se deshizo de su compañera amiga de cuatro años con una frialdad poco piadosa.”

“Al poco de estar enredados con nuestra relación secreta, su padre al que adoraba murió  y ella, con todo el dolor que su pérdida le supuso, mentalmente me hizo también ocupar su lugar en su afectividad y en sus expectativas. Le importaba poco cómo fuera mi situación, saltaba por encima de barreras sociales y familiares para conseguir su presa.  Su juventud la esgrimía delante de rivales fuese quién fuese de la misma forma que escondía su sexualidad ambigua”.   

“Fueron años difíciles de encuentros fugaces y de momentos trágicos. Un accidente provocó la apertura de hostilidades con mi entorno y mi familia por parte de la voraz devoradora de voluntades. Lo iba destrozando todo a su paso cuando entendía que familia, amigos, compañeros y conocidos no aprobaban la capacidad maratoniana de esta escaladora académica.”

Y mi amigo se detuvo y se calló. Interpreté su silencio como si estuviera aún preso de esta mujer. Leyó mi pensamiento y dijo: “no, hace tiempo que cesó mi pasión y amor por ella, pero las cicatrices son innumerables. Nunca penetró en mi esencia porque nunca lo sintió. El amor no podía Hermi prodigarlo porque iba contra su naturaleza. Su pasión era una mera argucia para  conseguir su meta. Sus orígenes la obligaban a ser la de mayor porvenir dentro de  su familia y para ello ni siquiera su sexualidad la detenía para capturar a su víctima y que la hiciera capaz de conseguir que aquellos datos que manipulaba como meritoria la hicieran reina de su entorno”.

Intrigado, y con bastante tiempo a mi alcance, hace poco volví al lugar de trabajo de mi amigo y pregunté por Hermi. Habían  pasado 20 años. La puerta de su despacho estaba semiabierta y pude verla sentada ante un legajo de papeles. El lugar respiraba desorden y poca mano femenina. Un rostro, aún joven, aunque ya ajado, se erguía sobre un cuerpo esmirriado por su delgadez. Era ella. No me atreví a saludarla, pero, unos días más tarde,  me cité con un compañero del despacho. Le pregunte por mi amigo y, por supuesto, por Hermi. 

“Ocupa el mismo lugar de siempre. El hombre que la amó murió hace tres años. Nunca habla de él porque se siente avergonzada de esa relación que escandalizó a todos. Rehuye la mirada cuando el nombre de él sale en nuestras comidas y cenas de trabajo, a las cuales Hermi apenas asiste porque, sospechamos,  aún no ha llegado a ser nombrada reina del lugar y, creemos, que aún sigue buscando a su víctima, sea hombre o mujer para  auparla. Aquel hombre no consiguió encumbrarla y  todos sabemos los esfuerzos que hizo para conseguirlo.

Desde entonces Hermi sigue en su empeño de coquetear y de manejar datos en su despacho, pero los más jóvenes han visto que  a medida que ha ido manipulando fichas e informes  su cuerpo se ha ido marchitando  y su rostro, antes radiante y lozano,  se va tornando flácido y demacrado.  Ella aún no ha perdido la esperanza de reinar y notamos, a veces, que su despacho se enciende y una voz cadenciosa, pretendidamente de chica quinceañera, modula unas frases entrecortadas y una risa de cascabel campanillea en la distancia. Es Hermi". 

David Oyens (1842-1902)







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