viernes, 11 de diciembre de 2015
Santa Rita, Cascia
La mujer como heroína
RITA
Rita, Margherita Lotti, (1381-1457), italiana, monja agustina, santa y patrona de lo imposible y, en especial de los problemas entre cónyuges. Casada a los 14 años con un hombre pendenciero que acabó muerto por sus enemigos en una emboscada. Rita tuvo mellizos que murieron jóvenes, lo cual facilitó su entrada en el convento a los 36 años. Su vida ejemplar dedicada a Dios y su entrega al pueblo la han relacionado con varias leyendas y símbolos que portan su icono. Una pequeña astilla sobresale de su frente en su efigie como símbolo de la corona de espinas que Cristo le entregó como estigma divino que llevó y sufrió hasta su muerte. Otro símbolo son las rosas, que florecen en invierno, lo imposible, como prueba del amor de Cristo hacia ella. Y las abejas blancas que rodearon su cuna después de su bautismo. Doscientos años después de su muerte, estas abejas blancas salen en Semana Santa y permanecen en los muros del monasterio hasta el 22 de Mayo, festividad de Santa Rita. La devoción a sus restos, los milagros que le atribuyen y los casos imposibles que resuelve, hacen que sea una santa muy visitada y venerada en su monasterio de Cascia, como lo son las imágenes de la santa en todas las iglesias de agustinos del mundo, completamente cubiertas de exvotos y velas. Y doy fe como monaguillo que fui de una de estas iglesias y buenas propinas que recibí por encender velas que ponía en el mejor sitio de su altar.
miércoles, 9 de diciembre de 2015
Alejandra Romanov, zarina
La mujer como heroína
ALEJANDRA
La última zarina, Alejandra Romanov, cruelmente abatida a los 46 años, junto a su esposo, el zar Nicolás II, y sus cinco hijos, cuatro chicas y un chico, por un comando bolchevique, en Junio de 1918, en Ekaterimburgo, a 1.800m kms. de Moscú. Así de simple.
Alejandra, alemana de nacimiento e inglesa de educación, se dedicó en cuerpo y alma a Rusia desde su coronación, aunque gran parte del pueblo ruso no lo juzgara así. Hermosa en su coronación, los partos y su naturaleza hipocondríaca la ajaron pronto. Para curar a su hijo, Alexis, hemofílico, desahuciado por la medicina de la época, cayó en manos de santones, y en especial en el monje Rasputín, que la alejaron de la realidad de la medicina y de los hospitales que atendía siempre con gran entrega. Su abuela Victoria de Inglaterra era su ejemplo que no supo realizar en su país al no ser entendida por un pueblo con enormes carencias para sobrevivir. La Revolución de Octubre acabó con su reinado y su familia cuando el zar fue depuesto y deportado, y finalmente masacrados sin ningún miramiento.
Tras la caída del régimen soviético, desde 1998 los restos de la familia reposan en la Catedral de San Pedro y San Pablo de San Petersburgo.
lunes, 30 de noviembre de 2015
Eugenia de Montijo
La mujer como
heroína
EUGENIA
Eugenia de Montijo (Granada, 1826-Madrid, 1920), emperatriz consorte de Francia como esposa de Napoleón III. Se casó con 27 años, él era 20 años mayor que ella. Antes, con
18 años, se enamoró, pero fue traicionada en sus sentimientos, por lo que pensó
seriamente en consagrarse a Dios. Coronado emperador, Luis Napoleón escogió a
esta granadina como esposa, la cual hacía tiempo que vivía con su madre en
París y era ya una bella y espléndida mujer. En el recorrido la pareja ocupó la misma
carroza que llevó a Napoleón y Josefina a Nôtre-Dame.
Cuando el pueblo francés derrocó y encarceló a su emperador en 1870, Eugenia tuvo que abandonar Francia y trasladarse a Inglaterra. Su hijo, educado en Inglaterra, moriría en Africa en la entonces Zululandia, con solo 23 años. Ya anciana, añorando el sol de su tierra, se traslada a Madrid dónde fue operada por el doctor Barraquer, pero el pueblo conserva su pasado en la copla, en donde Eugenia de Montijo deja el Darro por el Sena en la voz y letra de tonadilleras. Años más tarde, la cinta “Violetas Imperiales” (1952) se rueda en Granada, con algunas escenas sobre un puente que se eleva sobre el río que fluye por la Carrera del Darro de Granada, y la gitana Violeta le augura a una joven Eugenia su futuro como reina o emperatriz.. .
Cuando el pueblo francés derrocó y encarceló a su emperador en 1870, Eugenia tuvo que abandonar Francia y trasladarse a Inglaterra. Su hijo, educado en Inglaterra, moriría en Africa en la entonces Zululandia, con solo 23 años. Ya anciana, añorando el sol de su tierra, se traslada a Madrid dónde fue operada por el doctor Barraquer, pero el pueblo conserva su pasado en la copla, en donde Eugenia de Montijo deja el Darro por el Sena en la voz y letra de tonadilleras. Años más tarde, la cinta “Violetas Imperiales” (1952) se rueda en Granada, con algunas escenas sobre un puente que se eleva sobre el río que fluye por la Carrera del Darro de Granada, y la gitana Violeta le augura a una joven Eugenia su futuro como reina o emperatriz.. .
Eugenia (Franz Xaver Winterhalter) |
miércoles, 25 de noviembre de 2015
Cathy y Heathcliff
La mujer como heroína
CATHERINE
Cathy Earnshaw, creación literaria de Emily Brontë, en “Cumbres Borrascosas”. Muere a los 19 años, dos
horas después de nacer su hija, Cathy Linton,
sin conciencia ya para recordar a
Heathcliff, su amor vivencial, ni a su gris marido, Edgar. Debilitada por su embarazo y con su
esfuerzo febril de amor, desmesurado, del día anterior, hacia el
“expósito” Heathcliff, la dejan sin fuerzas para seguir viviendo. Su infancia y
juventud la vivió con Heathcliff, el cual le dio vida, alegría y
amor pleno en la mansión de los Earnshaw y correteando por los inmensos páramos que rodeaban
la propiedad. Una vida salvaje, sin freno, desprovista de ataduras sociales que
acabó cuando llegó a ser mujer. Entonces tuvo que amoldarse a su rango social y
casarse con Edgar Linton, primogénito del vecino rico de los páramos. Se
arrepintió de su decisión el resto de los años que le quedaron. Arrastró su
remordimiento, amor y melancolía hasta el final. Su muerte le vino porque su
mente y cuerpo se deterioraron hasta el paroxismo y quedar exangüe. Una
historia de amor
traumática de la Inglaterra de mediados del XIX de una genial novelista
y poeta, Emily Brontë.
miércoles, 22 de julio de 2015
Aileen, Elland Road
La mujer como heroína
AILEEN
Aquel 11 de Mayo de 1966 lo
recuerdo con nitidez. Tres espectadores entre una multitud de 40.000 fans
apiñados en el estadio de Elland Road devorando con pasión un partido entre un equipo español y otro inglés.
Una lluvia pertinaz empapaba mi largo chaquetón, y calado hasta los huesos, me impedía retirar la mano de Aileen que
sobaba mis dedos con renovada fruición. Peggy, su madre, aullaba animando al
equipo español que no estaba teniendo compasión de su rival inglés. Una
rudimentaria cámara de televisión, justo detrás, recogía las incidencias de
aquella histórica semifinal. ¿Qué hacía yo allí con una chica con ganas de magrearnos
en medio de la lluvia entre una multitud, junto a su madre
que, absorta en el juego, animaba sin cesar al equipo rival?
Esa tarde habíamos recorrido en
un Austin A110 los 82 kilómetros que separaban la ciudad de Hull de Leeds para
asistir aquel partido solo porque a Peggy le gustaba pronunciar los nombres
españoles del equipo. Lo de Villa, Lapetra, Marcelino le sonaba a nombres del
romancero español, tal era su deseo de aprender nuestro idioma. Aileen, una
total analfabeta en materia futbolística, le animó el hecho de estar conmigo
esa tarde fuera donde fuera. Zaragoza le parecía un nombre impronunciable con
tanta fricativa que le obligaba a
meter, recreándose, su lengua entre los dientes cada vez que
mascullaba el nombre del equipo. Ella
estaba estudiando en esa Universidad, Leeds, al igual que su prometido, Chris,
al que no vio esa tarde por estar junto a mí. Su madre ignoraba la fiebre
hormonal de su hija hacia mí porque sabía que su Aileen estaba, hace tiempo, ya comprometida.
Hacia pocos meses que había conocido
a los Douglas. Peggy y Harold era un matrimonio encantador, en especial el marido
y les había dado por aprender español. Lo
de Peggy por nuestro idioma era pasión. Harold tenía ese porte y aspecto
bonachón que me desarmaba cuando me daba consejos. Peggy, su menuda y
caprichosa esposa, me aturdía con sus preguntas. Fue una magnífica profesora
porque hablaba tanto que mi torpe cerebro podía tranquilamente digerir su
extenso vocabulario anglosajón. Me abordaron
en un centro de idiomas de la ciudad y cuando supo Peggy que era español
me ofreció alojamiento en su casa a
cambio de hablar español de vez en cuando. Tuve que abandonar mi habitación del
área obrero de Boulevard, donde mi
“landlady” era una encantadora trabajadora humilde que se levantaba al ser de
día para vender pescado en una tienda del mercado, cerca de Princes Dock. A
punto de jubilarse, ya viuda, no le hacía guiños a su trabajo diario fuera de
casa. En cambio los Douglas vivían en una zona selecta de la ciudad ya que
Harold se defendía económicamente bien en su farmacia. Era un chalet de dos
plantas y allí me instalé gratis.
Hoy aún, pese al tiempo
transcurrido, me acuerdo de esos días invernales, terriblemente húmedos, en
Hull. Aún no había terminado mis estudios en Murcia. Lo haría dos años más
tarde. Me enviaron de instructor a este condado del Norte e impartía mi trabajo
repartido en dos centros, ya desaparecidos, y bastante alejados, entonces, uno del otro.
Era joven y las inclemencias del tiempo no me hacían mella. Así, desde Cottingham Road, dónde se
ubicaba uno de ellos, hasta cubrir la
distancia para llegar al otro en Pickering
Road, pasando por la interminable Boothferry Road, mi vetusta bicicleta sorteaba
la lluvia continua, a veces en borrasca con el viento aullando y dificultando
mi pedalear por el aguacero de turno, todo lo cual hacían mi camino penoso en
ocasiones. Mis pocos años y mis deseos de aprender se enfrentaban a todas las
inclemencias del crudo tiempo en aquella estación infernal de invierno en el
remoto West Riding of Yorkshire.
A las pocas semanas de estar
instalado en casa de los Douglas, un viernes por la tarde llegó Aileen. Sabía
que tenían una hija estudiando en una universidad cercana, pero no la había visto
antes. Era alta, de pómulos salientes, y con una sonrisa abierta que se hacía
cantarina cuando reía. Me pareció atractiva, pero intocable por su situación
afectiva. Estaba proyectando fechas para su enlace que se haría al final de
Junio. Al poco observé que era un poco irritable
y que un mohín se articulaba en su cara cuando algo la disgustaba en casa. A mi
ese mohín me encantaba. Era cuando más guapa la encontraba. Me saludó
educadamente y me ignoró inmediatamente. Pero, al rato vino al salón donde los
padres y yo veíamos un programa y dijo: “¿Conoce este hombre la parte antigua
de la ciudad?”. Algo conocía pero la posibilidad de tener una cicerone tan
encantadora me hizo dar una respuesta negativa. En el coche de los padres
recorrimos esa tarde noche la ciudad. En aquellos años, Hull se estaba haciendo
como urbe y puerto importante del Norte
de Inglaterra. Había lugares históricos que no podían ignorarse como Queen
Victoria Square o Holy Trinity Church, sin olvidar el imponente monumento de
The Wilberforce que Aileen con paciencia me explicaba eruditamente. Era ya
noche y la luz era escasa cerca de estos monumentos. Aileen detuvo el coche,
encendió un cigarrillo, y mientras me hablaba de sus estudios, en la oscuridad, sus ojos brillaban al tiempo
que inhalaba el humo de tabaco. Y de pronto con el cigarro aún en su mano me
besó. Y todo mi universo se revolucionó
desde entonces.
Si aún la recuerdo tan bien pese
a los muchos años transcurridos es porque indudablemente Aileen fue ella, la
que incendió mi cuerpo e hizo que mi mente se impregnara con el olor que aún siento cuando su recuerdo me asalta. Desde aquella noche de
ese viernes nunca más hasta su graduación faltó de visitar a sus padres, como
excusa, para estar conmigo. Aileen recurría a mil tretas dentro de la casa para
amarnos desenfrenadamente sin que Peggy
lo advirtiera. Le pedía el coche al padre y recorríamos, con frecuencia, los pueblos
cercanos de Beverley, Cottingham o Scarborough. La excusa era que iba a visitar
a Chris. Pero nos deteníamos en cualquier sitio para devorarnos. Nunca más dejó
de visitar a los padres los fines de semana y jamás, aún en los momentos de
amor más intensos, nos dijimos “Te quiero”. Fingíamos y ocultamos el amor en
medio de nuestra pasión.
Y una mañana de Junio, el sol
brillaba entre nubes algodonadas, Aileen me acompañó a Paragon Station. Mi tren
saldría en media hora. Recuerdo que me acompañó por el andén, casi vacío, hasta
donde comenzaba el artesonado. Su cara impregnada de lágrimas y la mía, tensa y
sin color. Nada nos dijimos salvo un beso intenso, una mirada profunda y un “good
bye, love”. Quince días más tarde, ya en
mi país y con su recuerdo vivo, recibí por correo su invitación de boda con
Chris. Por la fecha del correo deduje que cuando abrí el sobre ya se habían
casado.
The End
domingo, 19 de julio de 2015
Hermi
La Mujer como Heroína
HERMI
Gustav Adoph Henning "Muchacha leyendo" (1828) |
“La conocí una noche aciaga en
una despedida de curso. Me cayó al lado. La miré de soslayo y pude ver que era joven, casi una niña, no
muy atractiva, pero bastante más que la mujer junto a ella, poco agraciada
físicamente y de mirada torva cuando me observaba. Parecían estar pegadas una a otra.
No se fijaron en mí en toda la noche. Era un presagio que debiera haber
interpretado en aquel momento.
A los pocos días la vi, sola, de
nuevo merodeando por mi lugar de trabajo. Era una meritoria destinada a emprender
trabajos iniciales de investigación en el centro. Tenía la frescura de la poca
edad y la timidez encubierta para no desvelar su ambición larvada. Allí la veía
a diario, metiendo datos para su trabajo y algún café que otro me tomé con
ella. Y vi que se interesaba por mí. “¿Ella, la pegada a la otra?”. Era
picarona dentro de su timidez y, sin darme cuenta, su mente
y cuerpo se fueron enroscando dentro de mí sin apenas esfuerzo.
“¡Dios con la niña!”. Y aquello se convirtió en una hoguera en poco tiempo. Le
pregunté por su bipolaridad sexual y me lo negó repetidas veces, aunque sabía
que le gustaba coquetear con amigas, e incluso no desdeñó trabajar con alguna mujer ambigua
con rango académico. Su habilidad para escalonar
su futuro, sabedora de su talento, era
proverbial.
Y sus reacciones eran
desconcertantes en la calle y en la cama. Momentos álgidos de emotividad y
deseo los encaraba de forma poco natural. Me sorprendía su gana de poseerme en
todos los sentidos, y cuando la pasión terminaba por mi parte en remanso sosegado, en lugar de
la placidez propia después de la entrega, su cólera estallaba de forma
estrepitosa. Era como si se arrepintiera de haberse sometido porque su
sexualidad marchara por otro camino. “Bueno”, decía, “será su poca
experiencia”. “Poco a poco dejó entrever
detalles de su familia y de su corta vida anterior”.
“Sus padres, de extracción
humilde, tuvieron dos hijas de edades muy cercanas. Hermi era la pequeña y la
hermana mayor siempre ejerció un férreo
marcaje sobre ella, de su voluntad y cuerpo, ayudada por el poco
carácter de la menor y su debilidad para poder rechazar cualquier tipo de
posesión. Esto marcó a Hermi de por vida. En
los estudios buscaba a su hermana entre
sus compañeras. Y su amiga de la cena realizaba el mismo papel que su hermana ejecutó en su
día al tiempo que le ayudaba en sus estudios. Estaba entretenida, sin más, y esto le bastaba ya que su deseo de progresar la hacía mostrarse
porosa para cualquiera que la ayudase o protegiese para lograr su meta. Así
cuando yo aparecí, Hermi vio en mí su guía y protector y se deshizo de su compañera
amiga de cuatro años con una frialdad poco piadosa.”
“Al poco de estar enredados con
nuestra relación secreta, su padre al que adoraba murió y ella, con todo el dolor que su pérdida le
supuso, mentalmente me hizo también ocupar su lugar en su afectividad y en sus expectativas.
Le importaba poco cómo fuera mi situación, saltaba por encima de barreras
sociales y familiares para conseguir su presa. Su juventud la esgrimía delante de rivales fuese
quién fuese de la misma forma que escondía su sexualidad ambigua”.
“Fueron años difíciles de
encuentros fugaces y de momentos trágicos. Un accidente provocó la apertura de
hostilidades con mi entorno y mi familia por parte de la voraz devoradora de
voluntades. Lo iba destrozando todo a su paso cuando entendía que familia,
amigos, compañeros y conocidos no aprobaban la capacidad maratoniana de esta
escaladora académica.”
Y mi amigo se detuvo y se calló.
Interpreté su silencio como si estuviera aún preso de esta mujer. Leyó mi
pensamiento y dijo: “no, hace tiempo que cesó mi pasión y amor por ella, pero
las cicatrices son innumerables. Nunca penetró en mi esencia porque nunca lo
sintió. El amor no podía Hermi prodigarlo porque iba contra su naturaleza. Su pasión
era una mera argucia para conseguir su
meta. Sus orígenes la obligaban a ser la de mayor porvenir dentro de su familia y para ello ni siquiera su
sexualidad la detenía para capturar a su víctima y que la hiciera capaz de
conseguir que aquellos datos que manipulaba como meritoria la hicieran reina de
su entorno”.
Intrigado, y con bastante tiempo
a mi alcance, hace poco volví al lugar de trabajo de mi amigo y pregunté por Hermi. Habían pasado 20 años. La puerta de
su despacho estaba semiabierta y pude verla sentada ante un legajo de papeles.
El lugar respiraba desorden y poca mano femenina. Un rostro, aún joven, aunque
ya ajado, se erguía sobre un cuerpo esmirriado por su delgadez. Era ella. No me
atreví a saludarla, pero, unos días más tarde,
me cité con un compañero del despacho. Le pregunte por mi amigo y, por
supuesto, por Hermi.
“Ocupa el mismo lugar de siempre.
El hombre que la amó murió hace tres años. Nunca habla de él porque se siente
avergonzada de esa relación que escandalizó a todos. Rehuye la mirada cuando el
nombre de él sale en nuestras comidas y cenas de trabajo, a las cuales Hermi apenas
asiste porque, sospechamos, aún no ha
llegado a ser nombrada reina del lugar y, creemos, que aún sigue buscando a su víctima,
sea hombre o mujer para auparla. Aquel hombre no consiguió encumbrarla y todos sabemos los esfuerzos que hizo para
conseguirlo.
Desde entonces Hermi sigue en su empeño de coquetear y de manejar datos en su despacho, pero los más jóvenes han visto que a medida que ha ido manipulando fichas e informes su cuerpo se ha ido marchitando y su rostro, antes radiante y lozano, se va tornando flácido y demacrado. Ella aún no ha perdido la esperanza de reinar y notamos, a veces, que su despacho se enciende y una voz cadenciosa, pretendidamente de chica quinceañera, modula unas frases entrecortadas y una risa de cascabel campanillea en la distancia. Es Hermi".
Desde entonces Hermi sigue en su empeño de coquetear y de manejar datos en su despacho, pero los más jóvenes han visto que a medida que ha ido manipulando fichas e informes su cuerpo se ha ido marchitando y su rostro, antes radiante y lozano, se va tornando flácido y demacrado. Ella aún no ha perdido la esperanza de reinar y notamos, a veces, que su despacho se enciende y una voz cadenciosa, pretendidamente de chica quinceañera, modula unas frases entrecortadas y una risa de cascabel campanillea en la distancia. Es Hermi".
David Oyens (1842-1902) |
jueves, 16 de julio de 2015
Medea, Norte y Sur
La Mujer como Heroína
MEDEA
George Romney "Lady Hamilton as Medea" (circa 1786) |
Fueron dos hermanas, separadas en edad, las habidas en su matrimonio.
La madre, seca y enteca, llevaba la batuta. Criada en la carestía de la
posguerra, su afán de economizar era su lema. El padre apenas rechistaba. El
trabajo era su obsesión. Poco ganaba para la dedicación y responsabilidad que
asumía en la empresa. En este ambiente familiar, férreo y austero, las niñas fueron criadas con el objetivo de
que sus estudios mejoraran su status, algo que los padres no pudieron realizar
en su día. A la mayor, Medea, ya con 7 años la llevaron a un colegio religioso belga
de la ciudad de Mons. Recluida en un internado todo el curso escolar, la chica aprendió disciplina y sobre todo idiomas. Sería el
maná de su vida futura como funcionaria. La menor, Berta, de constitución débil
se quedó con los padres hasta completar
sus estudios.
Cuando las niñas se hicieron adultas, los padres procuraron que, a base
de su sacrificio y trabajo, estudiaran carreras universitarias. Medea,
cumplidos los 18, siguió su itinerario y estudió interna en un colegio mayor de
una universidad de prestigio y con una amplia oferta de estudios. Escogió
filología extranjera y su conocimiento de idiomas en Mons le ayudó a no dar
golpe en su especialidad. Se dedicó a pasear y merodear los sitios de
estudiantes para alternar y, de camino, con
un poco de suerte, pescar novio. Era atractiva, menuda de cuerpo, con sonrisa
abierta y con un estomago de acero que le permitía trasegar líquidos sin que su
físico lo acusara. Con la
licenciatura conseguida y sin medios para seguir en la universidad volvió con
sus padres. Eran los 22 años de una mujer, aún joven, que quería tener pareja.
En la ciudad salía y alternaba bastante, pero los chicos bien de la ciudad no
estaban por la labor.
Un día, en un centro de estudios de verano de la ciudad, empezó a salir
con un joven de provincias del sur. No era el tipo de pijo que ella conoció en
la universidad cuando alternaba, pero podía tener futuro, era docente. De lo
que vio aquel verano, era el que más se aproximaba a su estándar. La familia lo rechazaba en principio. Un
sureño con su hija, con la fama que tenían de vagos y zarrapastrosos. Terminó
el verano y el sureño marchó a su ciudad, pero la llama del amor pareció prender en
aquella niña pija del Norte. Tanto que se trasladó a la ciudad de su cortejador
para conocerlo mejor. En pocos meses se habían casado ya.
La boda fue en invierno y los novios salieron del portal de aquella
húmeda calle que vivía la familia de Medea y un sol mortecino con ráfagas de
aire helado se metía entre los cuerpos de la pareja para llegar a la iglesia y
su altar. La ceremonia fue poco asistida. El novio, al menos, trajo a su
familia del sur para la boda. Ella sola y su familia. Mal presagio.
Vivieron en el sur, de clima cálido y días soleados siempre, porque los dos encontraron trabajo y empezaron
a nacer hijos. El primero lo tuvo Medea sin darse cuenta. Era demasiado joven
para sentirse como madre. Aún no se había repuesto de su juventud brillante en
la universidad y en su ciudad. El segundo le falló. El embarazo fue un castigo
de la naturaleza por no ceñirse a sus leyes naturales. El aborto casi la mata. Pasaron los años y el chico
necesitaba una hermana, la cual vino tarde. Fue un regalo para Medea. Ya, hecha
una mujer, con ansias de tener un bebé en sus manos, aquella criatura rubita de
ojos de miel la transportó. Y pasaron los años y cuidaron de su casa, de su economía y de sus hijos.
Y empezó la costumbre diaria de lo doméstico. Y con ello, el amor del sureño empezó a languidecer y dejó de ser una fuente de alegría en aquella casa. Medea, absorta en su trabajo y familia, olvidó que un matrimonio es también apetito compartido. Y llegó lo inevitable. Tantos años de rutina y sin deseo precipitó la irrupción del silencio en la vida conyugal del sureño. Las tardes en el salón de la casa con un café preparado para comentar incidencias dejaron de existir. Pensaba Medea que el matrimonio era, al pasar los años, solo compartir casa, dinero e hijos. Craso error. El sureño, vacío de afecto hacia Medea, sufría en silencio. “¡Dios será así siempre!”. A los hijos los adoraba, pero era solo lo que le quedaba en medio de tanta carencia interior afectiva.
Y empezó la costumbre diaria de lo doméstico. Y con ello, el amor del sureño empezó a languidecer y dejó de ser una fuente de alegría en aquella casa. Medea, absorta en su trabajo y familia, olvidó que un matrimonio es también apetito compartido. Y llegó lo inevitable. Tantos años de rutina y sin deseo precipitó la irrupción del silencio en la vida conyugal del sureño. Las tardes en el salón de la casa con un café preparado para comentar incidencias dejaron de existir. Pensaba Medea que el matrimonio era, al pasar los años, solo compartir casa, dinero e hijos. Craso error. El sureño, vacío de afecto hacia Medea, sufría en silencio. “¡Dios será así siempre!”. A los hijos los adoraba, pero era solo lo que le quedaba en medio de tanta carencia interior afectiva.
Y alguien asomó. Al sureño se le llenaron los días de sol y cuando llegaba
algunas noches su entrada en la casa era demoledora. Ver a sus hijos y
participar en sus cuitas lo transportaba. "Pero, ¿y ella? El vacío".
Medea, como tantas mujeres de aquella edad, pensaba que el amor,
grande, pequeño o apenas existente, con el tiempo era una monótona obligación bendecida por
el vínculo existente. Y no se preocupó de que el sureño no la miraba como
antes, no respetaba sus sermones y ausencias y no cumplía, como antaño, como pareja en el dormitorio. “Bueno”, pensaba,
“ será la crisis de los cuarenta..., ya se enmendará!”.
Alguien le dijo que al sureño lo habían visto con otra. Medea no se lo
creía. "¿Como? Imposible". "Yo no lo he notado en su proceder", respondía. Y la evidencia se
hizo patente con el paso de los meses. Medea empezó a sufrir y su cabeza,
adormecida por la rutina, empezó a funcionar con esa agudeza que la
caracterizaba en sus estudios. Pero solo en
una dirección: destruir al sureño. Y surgió la Medea con toda su rabia.
Pasaron los años y aquella familia modélica se había roto por completo.
Fueron tantos los episodios desagradables. “Pero, si el amor ya no existe,
dejemos al menos el respeto”. Y nunca más se existió como familia. Oficialmente el
lazo se rompió. Medea, ya sola, empezó una
nueva vida y su rabia aún latente la paliaba con el frenesí de vivir fuera del
domicilio que le había proporcionado tanta felicidad, incluso en momentos desgraciados.
Y su rencor continuo hacia el sureño, pasados bastantes años, cesó cuando conoció a otra persona. Ese
afecto, ese cariño, ausente con el paso de los años lo encontró, al fin, en este hombre que le daba tanta tranquilidad como mujer y como persona. Claro, pero olvidaba que había pasado tanto tiempo vertiendo su rabia que olvidó el mucho daño causado en su
entorno y en todos aquellos que quedaron bajo su custodia.
Y cuando más feliz era con ese hombre, el azar hizo que un día nefasto la naturaleza que ella había desafiado tantas veces le fallara e hizo que desapareciera su rencor para siempre y también su tranquilidad recuperada. Poco disfrutó del afecto y seguridad con su nueva pareja. Sus hijos la lloran y el Norte y el Sur la recuerdan de forma diferente.
Y cuando más feliz era con ese hombre, el azar hizo que un día nefasto la naturaleza que ella había desafiado tantas veces le fallara e hizo que desapareciera su rencor para siempre y también su tranquilidad recuperada. Poco disfrutó del afecto y seguridad con su nueva pareja. Sus hijos la lloran y el Norte y el Sur la recuerdan de forma diferente.
sábado, 11 de julio de 2015
María de las Mercedes, Spain
La mujer como heroína
Maria de las Mercedes (1860-1878).
Maria de las Mercedes de Orleans y Borbón, prima carnal deAlfonso XII con el cual se casó y, desdichadamente, murió a los cinco meses del enlace, según la versión “oficial” de tifus. Acababa de cumplir 18 años. Toda España la lloró y especial Madrid que la llamaba “carita de cielo”. El rey desolado se refugió en el Palacio Real de Riofrío. La boda fue todo un acontecimiento popular, celebrado con toda pompa en la Basílica de Atocha de Madrid. El pueblo la lloró y el romance real fue llevado al cine y tonadilleras, como Concha Piquer, entre otras, la inmortalizó con canciones que aún perduran pese al tiempo transcurrido. Pocas reinas, ella aún consorte, han sido tan queridas por nuestro pueblo. Se casaron por amor, pese a la oposición, en principio, de Isabel II.
miércoles, 8 de julio de 2015
Princesa de Éboli, Ana
La Mujer como heroína
ANA (PRINCESA DE ÉBOLI)
Ana de Mendoza, en la historia de nuestro país, más conocida por la Princesa de Éboli, título que adquirió por su marido, Rui Gómez da Silva, al comprar esta pequeña localidad del entonces reino de Nápoles, no podía ser más castellana ya que nació (Cifuentes, 1540) y murió (Pastrana) en la provincia de Guadalajara. Y famosa por su parche, puesto ya en vida adulta, en el cuadro famoso de Sánchez Coello (y que quizá no fuera tuerta sino bizca). La leyenda la hace amante de Felpe II, no atestiguado en manera alguna. Su marido, noble segundón portugués, secretario de Felipe II, y más tarde el aragonés Antonio Pérez jugaron un papel decisivo en su leyenda negra y hasta Teresa de Jesús discrepó con ella por la construcción del convento de Pastrana. Lo cierto que fue desterrada por Felipe II a Pinto en penosas condiciones, después a Santorcaz, y finalmente, fuertemente vigilada, a su palacio de Pastrana, donde murió en 1592.
Alonso Sánchez Coello (1531-1588) |
jueves, 25 de junio de 2015
Los Amantes de Teruel
La mujer como heroína
Isabel de Segura ("Los amantes de Teruel")
Isabel muere cuando besa a su
antiguo amor, Juan Diego, muerto por un
beso no concedido cuando la visita en casa de su marido. Los esposos trasladaron el cadáver
a la iglesia de S, Pedro para ser enterrado. Arrepentida, lo besa tan
fuerte, apartando la mortaja, que allí
murió nuestra heroína. Esta leyenda del siglo XIII reapareció más tarde, dando
paso a los “Amantes de Teruel”, recogida entre otros por Tirso de Molina y Juan
Antonio Hartzbusch. Nuestro valenciano, afincado
en Málaga, y amigo del padre de Picasso, Muñoz Degrain nos dejó en 1884 este magnífico
cuadro romántico de “Los Amantes”. Años más tarde, 1955, el escultor Juan de Avalos labró el sepulcro de Isabel y Juan Diego en la Iglesia de S. Pedro de
Teruel.
Museo del Prado |
miércoles, 24 de junio de 2015
Aurelie, la bella doctora
Mujeres como heroína
La conocí en la cola del cine para ver gratis “The Graduate”.
Enero del 1970. No era una cola cualquiera. Una fila interminable de
jovencitas, todas agraciadas y muy a la moda de la época, la influencia del
Flower Power ya se dejaba ver en su vestimenta, no tanto en el aquel centro de
élite del Este de Estados Unidos, donde
la elegancia, un pelín desgarbada en el
atuendo, era predominante. Me miraban
como presa, creo, de sus fantasías
sexuales. Acaba de celebrarse el Woodstock 69. Ellas, guapas y ricas, empezaban
a agitarse por usar su libertad, reprimida durante décadas. En aquel campus,
lejos de la influencia familiar, habían bebido ya del movimiento hippie, y sus
cuerpos se agitaban deseosos con la intensidad de su juventud desbordante. Yo,
pobre jovenzuelo, inhiesto como un banderillero, me sentía codiciado entre
tanta mujer. Mi experiencia era más bien escasa. Salía de una década, en mi país,
los sesenta, en la que una mujer era una plaza medieval que conquistar. Pero,
no por ello mi cuerpo, joven y pletórico de energía, no sentía el deseo de
tener un cuerpo que me completara.
Acaba de aterrizar en aquel lugar, y aún no me había adaptado
a una cultura diferente a la de mi país, aun anclado en el pasado macabro de su
historia. Era mi segunda visita a un país anglosajón. Más o menos conocía el
comportamiento de sus mujeres. Antes, me había enamorado con la intensidad de
un semental sin ser correspondido. Al
final triunfaba la posición y la etnia, si no lo supiera..… Estas tribus
germánicas habían evolucionado en otra dirección…
Al verme en la cola me sentía extraño. Tanta mujer sola en un
fin de semana. Avanzaba la fila y, de
pronto, percibí que alguien me escudriñaba. Sentí su mirada penetrante en mi
espalda. Me había elegido! Me volví sin prisa y la vi, la rubita anglosajona
dulce y picante a la vez que te envuelve con su mirada tierna para lanzarte su mensaje de aprobación. Bueno,
dije, vamos a ver. Y empezamos aquella misma noche…Mi apartamento vio escenas
más desbordantes…pero aquella tímida rubita colmaba mi tiempo de ocio.
Poco a poco la fui conociendo. Era inteligente, sin ser
lista. Su mirada azul, vaga por las lentillas que usaba, destilaba una brisa
suave que atemperaba mi carácter fuerte. Venía, ya caída la tarde, después de
sus clases, y se metía en mi cama sin apenas saludarme. Su entrega era
modélica, aprendida por naturaleza, era auténtica. Yo, halagado por el regalo,
le correspondía envolviéndola con mi tenacidad. A la mañana siguiente, ella me
oía en el baño susurrar aquello de “me
casó mi madre, me casó mi madre chiquita y bonita ay ay ay chiquita y
bonita ...” y ella comentaba desde la cama “what a sad song…”. Y lo era, era un presagio que el tiempo sellaría.
Pasaron los meses y,
envueltos en nuestra pasión, llegó la hora de las capitulaciones. “Y tu
familia, sabe algo de nuestra relación?”, le espeté. “Nada, me aterra el futuro”, me dijo. Pero, “dilo,
nos amamos y si terminas tus estudios en Junio o lo dejamos o seguimos así sine die”, lo cual
me convenía por mi visado. Pero, dijo “tengo 23 años y muchas de mis compañeras
aquí planean su boda ya”, “quiero ser como ellas”. La maldita tradición en
aquellos días, una chica sin novio, era una lacra social, o era fea como una
acelga. Lo cual no se cumplía en Aurelie.
Pobre de mí, pensé. ¿Qué hacer? No la amaba, pero la quería,
no me convencía, pero la aceptaría. Tan simple
como eso. Las noches ya no eran tan pasionales cuando pendía esa duda
sobre nuestro lecho, cada vez más ancho entre nosotros. Agitado por el
problema, lo consulté con un religioso de la localidad, experimentado en estas
lides. Me dijo,” cásate por lo civil”, y añadió “si regresas a tu país no te
sirve, allí está la Iglesia como única autoridad para sellar tu matrimonio y el
divorcio no es realizable aún”.
Y así fue. Sin nadie que acudiera al acto, en una perdida
localidad de la ribera del Hudson, un juez de paz nos casó. Ella, la bella
representante de la sociedad WASP, se unía a un latino, esbelto como un junco, pero sin futuro predecible por su
condición de “visitante temporal”. La juez, acostumbrada a bodas extrañas, miró
a la desposada y dijo “que bella eres para casarte sin testigos”. Ya era mi
esposa, así de simple.
La bella americana pareció no darse cuenta de su nueva
situación. Seguía yendo a sus clases por la mañana y regresaba por la tarde.
Nada de compras, ni de compartir cocina, limpieza o pago del inmueble. Ausente
a toda su condición de esposa. Su capricho de joven núbil se había cumplido.
Podía jactarse de estar casada sin mencionar a su consorte. Los fines de
semana, o a veces entre semana, lo pasaban en la capital buscando trabajo, sin
resultado. Su condición de visitante no le ayudaba.
Y el cuento de hadas se rompió el día de su graduación. Ella,
la reina, la mejor de su promoción. Laureles y premios le cayeron. Y el sufrido
esposo, marchitándose en su espera viendo a sus suegros que le ignoraban por su
desconocimiento de la historia del desposorio.
“Honey, collect your things, we go home”, dijo la madre en un
perfecto inglés. Y así fue…Aurelie no dijo nada de nada. Recogió sus cosas de su
habitación colegial, las cuales nunca mudó al apartamento de su sufrido esposo.
Y la familia se fue en su Cadillac con ruedas Goodyear de la empresa de su “daddy”.
Aurelie hizo realidad su sueño. Se casó a su edad. Y el sufrido
visitante extranjero se quedó helado y maltrecho. Dos años más tarde, el papi,
con dinero consiguió la nulidad de su aún, según él, virginal hija. El inhiesto esposo regresó a su
país, soltero como un frailón, aunque tocado entonces por la bella reina wasp,
la cual, gracias al dinero de su padre, podría casarse de nuevo. Ella, ahora, es médico a punto de jubilarse, ya marchita
por la edad, casada con un cirujano de origen italiano y nunca ha hablado de su
primera boda en una perdida localidad de la orilla del Hudson.
El anillo de titanio, comprado para el enlace, fue pasto de
la codicia de la madre del esposo que lo fundió y le añadió perlitas para su
dedo anular. Y la vida sigue, según me cuenta el propio protagonista que volvió
a casarse y me relata esta historia con honor lorquiano, profanado por una bella rubita de ojos azules
acaramelados que quiso estar casada como las compañeras de su promoción
universitaria.
The END
martes, 23 de junio de 2015
Caterina Sforza, César Borgia
La mujer como heroína
Caterina
La dama dei gelsomini ( 1463-1509) by Lorenzo di Credi (Pinacoteca Civica di Forlì) |
Sandro Botticelli, (Galería Uffizi, Florencia). |
miércoles, 17 de junio de 2015
Copenhagen, Srenita
|
La Sirenita de Copenhague vista el viernes 11 de Junio (2015). |
miércoles, 10 de junio de 2015
Simonet
La mujer como heroína
ELLA
Enrique Simonet, pintor valenciano, muy relacionado con Málaga y la
Escuela Malagueña de la Pintura del XIX, por su formación en nuestra ciudad y,
asimismo, alumno aquí del también valenciano Bernardo Ferrándiz. Este cuadro, uno de
los más conocidos y valorados del Museo de Bellas Artes (Málaga), fechado en
1890, representa a una joven desconocida en manos del forense que muestra su
corazón recién extirpado por la autopsia realizada. El cuerpo de la chica es
una maravilla realista en cuanto a detalles de su anatomía, alumbrado por el
juego de luces del cuadro que realza la escena en el recinto de un depósito frío de un hospital. Esta magnífica
obra que esperamos contemplarla pronto
cuando abran el Palacio de la Aduana
y salga a la luz tantas joyas pictóricas, ocultas tanto tiempo a la ciudadanía por problemas
ajenos a su enorme riqueza artística y que tapadas tanto tiempo no benefician para nada a la ciudad de Málaga
ruta fantasma
Una desaparición
frustrada
Me ocurrió en una ruta del
domingo. Salimos del punto de encuentro y ya en el coche la miré. Recordaba la orgía de sudor entre los
dos de días anteriores en su casa. No me sonrió como de costumbre. Un silencio
se impuso. Le pregunté: “¿Bien?”. “Mal, muy mal, le quiero”, “¿y?”, dije
entrecortado. “No puedo dejarle, mis sentimientos son muy fuertes”, dijo
seria, sin mirarme. “¿y que pinto yo
entonces a partir de ahora?”, logré balbucir.
“Nada, desaparece”, contestó ella secamente. Pero, ¿cómo puedo hacerlo
ahora dentro del coche, a ciento
veinte por hora en una autovía llena de
tráfico?. ¿Y tengo que aguantar la ruta entera del domingo con ella sin poder
mirar el paisaje, ni el camino, ni la cuesta que sube al destino final del
sendero? Una niebla espesa se metió en nuestro vehículo y sólo dejaba ver la línea
discontinua entre carriles. Una parada para tomar un café con el resto de ruteros. Una sonrisa y
un saludo “cordial” a todos. Me senté a distancia de ella sin poder desaparecer.
No había mucha gente allí, se notaría. Una tostada y un café. Y enfilamos de
nuevo la ruta. Llegamos al sitio de partida y ella seguía allí, me miraba para
que desapareciera. Su gesto era adusto y seco. El mío con una sonrisa de labio
partido. Y emprendimos el sendero. El paraje era bellísimo. El agua fluía por
el cauce y el frío de la corriente no era tan intenso como el flujo de mi
sangre en mi cuerpo. Las hojas secas del sendero crujían al pisarlas y el
bastón las hendía con saña. Subía sin jadear, el corazón me golpeaba el pecho y
miraba hacia delante, hacia las cumbres que en la distancia se teñían de
colores grisáceos.
Amenazaba lluvia que no sentía, tanto era mi estado. ¿Cómo
desaparecer en un paisaje de hojarasca y
de escarcha manchada por nuestras pisadas? El guía lideraba el grupo que cada
vez se espaciaba más por la estrechez y ascensión de la ruta. No podía
desaparecer ahora, se notaría mi ausencia. Me esperarían y retrasarían la ruta.
Lo haría cuando llegáramos a la cumbre. Y llegamos.
Todos nos sentamos y sacamos nuestras provisiones. Mi miraba se extasió y se
perdió entre el paisaje que los jirones de niebla hacían culebrear entre
destellos de luz albina. El barranco se partía entre riscos cortados. Intenté
desaparecer, me fui a un árbol frondoso y me oculté, pero un rutero,
semiescondido en otro árbol, me dijo:
“Eh, que te van a ver las mozas desde arriba”. Y desistí. Bueno, pensé, lo
haré cuando nos distanciemos a la bajada. Mientras comíamos, hacíamos las fotos y el gozo del lugar
nos relajaba y nos desinhibía, ella me miraba de soslayo y leía en su rostro:
“Pero, ¿aún estás aquí?”. Y evitaba su presencia y buscaba su espalda para no
ver su mueca y la huella dejada con el hierro de mi presión en su mentón. Y bajamos y lo hice con tal
velocidad que me alejé del resto de la expedición. Así ya no veía las piedras
del sendero, y perdía los hitos, ni tampoco me deleitaba con el horizonte de
vaguadas y barrancos que a cada vuelta surgían a cada vuelta. Siempre había
algún rutero que me seguía para no perderme de vista. No lograba
desaparecer. Miraba hacia atrás y la veía avanzar con su mirada de Gorgona tras
mi espalda. “¡Dios, ¿qué hacer?””¿Me tiro al cauce del río que corre bajo el sendero?” No, el ruido de mi cuerpo se oirá y me
rescatarán. Seguiré hasta el final de la ruta.
jueves, 28 de mayo de 2015
Isabel de Portugal
La Mujer como heroína ISABEL
Isabel de Portugal (1503-1539). Esposa de Carlos V. Portuguesa, nacida en Lisboa, muere en Toledo a los 36 años.
Tiziano (Museo del Prado, 1548) |
Bella, como la pintó Tiziano, tuvo seis hijos y los partos y la soledad la debilitaron, muriendo muy joven. Madre de Felipe II. Su cadáver se traslada a Granada para ser enterrada junto al sepulcro de los Reyes Católicos en la Capilla Real. El largo viaje y el calor durante el recorrido deterioraron su cadáver de tal modo que, al ser destapado el féretro, el Duque de Gandía con la visión de los despojos de Isabel cayó derrumbado. Era Francisco de Borja, como se le conoció más tarde.
Museo de Arte Moderno, propiedad del Museo del Prado.
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domingo, 3 de mayo de 2015
Diana, cazadora, Alvarez Dumont
Mujeres como heroínas
DIANA
Diana, diosa de la caza. Diana era hija de Júpiter y Latona. Siendo testigo de los dolores del parto de su madre, concibió tal aversión hacia el matrimonio que pidió y obtuvo de su padre la gracia de guardar perpetua virginidad, como su hermana Minerva. El propio Júpiter la armó con arco y flechas y la hizo reina de los bosques. Le dio como comitiva un numeroso grupo de hermosas ninfas que debían hacer votos de castidad. La caza era su ocupación favorita. Diana era grave, severa, cruel e incluso vengativa. Por ejemplo, fue la perdición del pastor Acteón, que la vio bañándose desnuda junto a sus ninfas, por lo que Diana lo transformó en venado e hizo que sus propios perros de caza lo devorasen. Se enamoró, aunque sólo platónicamente, del pastor Endimión, a quien besaba cuando dormía tan suavemente que no se despertaba.
Alvarez Dumont |
Gaston Casimir Saint-Pierre |
El pintor César Alvarez Dumont, nacido en Portugal, pero muy relacionado con Málaga, dónde tiene calle y el francés Gaston Casimir Saint-Pierre la ven de forma diferente en sus creaciones pictóricas.
viernes, 1 de mayo de 2015
Juana la Loca, romanticismo, F.Pradilla
La mujer como heroína
JUANA
Juana I de Castilla, llamada «la Loca» (1479- 1555), fue reina de Castilla y de Aragón y Navarra, si bien desde 1506 no ejerció ningún poder efectivo y, a partir de 1509, vivió encerrada en Tordesillas, primero por orden de su padre Fernando el Católico y después por orden de su hijo el rey Carlos I. En 1496 contrajo matrimonio con Felipe el Hermoso, Tuvo con él seis hijos. Aunque los futuros esposos no se conocían, se enamoraron locamente al verse. No obstante, Felipe, dicen, perdió el interés por ella, lo cual hizo nacer en Juana unos celos que han sido considerados patológicos. Otros la apodan «la Loca» por una supuesta enfermedad mental alegada por su padre, Fernando “el Católico” y por su hijo, Carlos I, para apartarla del trono y mantenerla encerrada en Tordesillas de por vida. Fueron 46 años de encierro.
Francisco Pradilla, 1877, Museo del Prado. |
viernes, 24 de abril de 2015
Santa Casilda, Zurbarán y José Nogales
Mujeres como heroínas
CASILDA
Milagro de Santa Casilda (José Nogales, 1892) |
Santa Casilda (1050), hija de un rey musulmán de Toledo. Según recojo, esta joven árabe escondía su cristianismo ante su padre y llevaba a diario alimentos, ocultos entre sus ropas, a los prisioneros de su padre. Un día, al descubrirla su padre, dijo que llevaba “rosas” y abriendo su ropa los alimentos se convirtieron “milagrosamente” en rosas. Motivo por el que algunos pintores han inmortalizado este instante, como Zurbarán (1630),
cuyo cuadro se conserva en el Museo Thyssen-Bornemisza (Madrid) y, más recientemente, José Nogales (1898), de la escuela malagueña, enterrado (1939) en el Cementerio de S. Miguel, como lo están Muñoz Degrain y Moreno Carbonero.
Zurbarán (circa 1630)
miércoles, 22 de abril de 2015
Isabel Archer, Henry James
La mujer como heroína
Isabel
Isabel Archer, la joven americana, protagonista de la novela seriada de Henry James, Retrato de una Dama (1881). Isabel. Inteligente y cultivada para su época, se traslada al Viejo Mundo para cautivar a los hombres que la conocen y siguen.John Singer Sargent, 1893 |
Su independencia no la impide unirse a un hombre, el veleidoso Gilbert Osmond. Isabel termina por imponerse al medio social que le rodea y ata por su matrimonio y deja al lector con la duda de un final con muchas lecturas para un lector de la época poco familiarizado con decisiones maritales contraproducentes.
Esta obra, en inglés The Portrait of a Lady, fue adaptada en 1996 por la directora Jane Campion, en una película protagonizada por Nicole Kidman como Isabel, John Malkovich como Osmond,
Nicole Kidman como Isabel Archer |
martes, 21 de abril de 2015
Mari Castaña
En tiempos de Mari Castaña |
Cómo fumaba la juventud en aquellos años de Maricastaña!!!La foto no tiene desperdicio...La indumentaria, la pose y el desparpajo de unos jovenzuelos que se comían el mundo en aquellos años, tan lejanos en la memoria del autor, porque Maricastaña, frase ya citada por Cervantes en su "Casamiento Engañoso", parece que existió en el siglo XIV. Se podía tratar de una gallega que se enfrentó al señorío episcopal de Lugo, según algunas fuentes. Hoy Lugo (España) cuenta con una calle con ese nombre.
Retrato de María Castaña, realizado por María Presas (Álbum de Mujeres, Cultura Gallega) |
sábado, 18 de abril de 2015
The Scarlet Letter, Hawthorne
La Mujer como heroína
Hugues Merle (French, 1823-1881) |
Hester
Hester Prynne, la protagonista de “La Letra Escarlata” (1850).Por concebir una hija, Pearl, fuera de su matrimonio, Hester es condenada en el pueblo como adúltera portando esa letra escarlata de por vida... Su marido, dado por muerto, reaparece después del parto para condenar también a Hester. El padre, al que Hester no delata, es el párroco, pastor protestante, del lugar.
Nathaniel Hawthorne, su autor, describe su obra en la ciudad de Boston, en plena apogeo del puritanismo en Massachusetts de mediados del XVII. Se han hecho varias versiones cinematográficas, la primera de 1922 y, quizás la más conocida, la protagonizada por Demi Moore, Gary Oldman y Robert Duvall de 1995.
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